EL INGRESO 2
- No te muevas.
Esto va a doler un poco-. La aguja de la
anestesia entra en mi piel a cámara lenta. Primero una muñeca, luego la otra. A
decir verdad, todo gira en torno a mí muy despacio. Todos caminan despacio, se
mueven y hablan despacio… sus batas blancas, azules o verdes mar ondean
despacio con cada paso que dan. Es una sensación paradójicamente mareante.
Mario está sentado a mi izquierda, tranquilo. Él
siempre parece estar tranquilo en estas situaciones. Y cuanto más sereno está
él, más me saca de mis casillas, aunque reconozco que de no ser él así, quién
sabe dónde estaríamos ahora.
Coge mi cara y la gira hacia la izquierda, forzándome suavemente a mirarlo
a él. -Ven. No mires-.
Pero me dejo llevar por la emoción, vuelvo el rostro y
miro. Veo a un enfermero con una grapadora descomunal, o al menos eso me parece
a mí en ese momento. Sonrío para mis adentros imaginándome que estoy siendo
reconstruida por el Doctor Frankenstein en su laboratorio. Mientras otro hombre
se esfuerza en juntar los dos extremos de la herida sin ningún tipo de esmero,
el portador de la particular pistola me dispara diez grapas en un brazo y tres
en otro.
Emocional: “Los hijos de perra, están disfrutando con mi sufrimiento. Seguramente
también piensan que soy una desgraciada egoísta que no quería más que llamar la
atención.” Miro a Mario. “¿Se está
riendo?”.
Racional: “No, te está sonriendo, dándote ánimos para que no te sientas sola, para
que no sientas el dolor de la carnicería que te están haciendo en las muñecas.”
Emocional: “Lo dudo. Míralo, también él está disfrutando viéndome sufrir. Su plan
está siendo llevando a cabo a la perfección. Y soy yo la enferma, hay que
joderse...”
Me pintan la frente de amarillo con un algodón y me
pegan unas pegatinas alargadas blancas. Ahora sí parezco un monstruo poco
elegante.
-Pronto te verá el psiquiatra de guardia. El celador
te acompañará a la consulta.-Me dice de espaldas mientras se quita los guantes de látex uno de los hombres a los que le debo la obra de arte recién terminada.
Emocional: “Oh no. No, no, no. Ni hablar. Me han curado, pues me voy. Me prometió
que esto sería todo. Me ha mentido. Otra vez me ha mentido.
Cual remolino de polvo que levanta un vendaval, mis
pensamientos irracionales crecen en cuestión de milésimas de segundos. Mi ira
se desata y estalla. Esta vez no me escondo, no la escondo. Esta vez exteriorizo
mi irracionalidad creciente.
-Me dijiste que vendríamos a curarme, y nos iríamos. Lo
dijiste. Lo prometiste. Eres un mierda, vuelves a incumplir tu palabra. ¿O es que has hablado con algunas de tus amiguitas enfermeras? Ah,
seguro que es eso… ya pusiste en marcha tu plan, ¿no?. Me quieres muerta ¿verdad?.
- No, Julia. No, conozco a nadie en urgencias. No he
hablado con nadie.
- ¡Aja! Tú mismo me estás dando la razón. No desmientes
que no quieres verme muerta. A mí no me engañas. Soy bruja.
- Vamos a esperar a que te vea el psiquiatra y después
hablamos de lo que quieras. -
Otra vez desviando el tema, tratándome como tonta, o
como una loca. ¡NO ESTOY LOCA!
Tengo tanta furia dentro, que podría romper cristales
con la mirada. Su cara me produce nauseas.
Racional: “Para. Cierra los ojos y respira hondo. Uno,
dos, tres…. Cálmate, Julia. El pobre intenta ayudarte, pero ni sabe cómo ni le
dejas espacio con tu ira.”
-Tienes razón. Está bien, veré al psiquiatra, pero me
va a oír. (Ya estamos… la emocional de nuevo se apodera) porque te odio. Te odio
tanto que te escupiría. - Se vuelve - ¡No me vuelvas la cara, estúpido! – En este
momento me imagino mis ojos rojos endemoniados y dientes incluso afilados.-Todo esto es culpa tuya, estoy aquí porque
me dejaste caer tú. No te importo una puta mierda. Es por ti que no soy nadie,
es por ti que voy a morir. ¿Contento? Tú ganas, ¡TÚ GANAS!
La consulta
donde nos han hecho esperar al medicucho de turno se hace más pequeña. Me
asfixio. Sólo hay una ventana muy pequeña y muy alta, me falta el aire. Aire,
aire, aire… Dios, el corazón parece salirse del pecho, no aguanto esta presión.
Va llegando, lo noto, y de repente llega. No existe el
control, no veo ni pienso nada. No siento dolor físico en las manos, sólo siento
adrenalina y calambres en los dedos de las manos y en los pies. Soy un animal
salvaje, indomable, echando babas por la boca y con los ojos desencajados del
cólera. Casi me imagino ahora con el pelo sucio, enredado y semi desnuda. Así
me veo desde fuera, avergonzada, cuando empiezo a destrozarlo todo. Camilla al
suelo, papelera rodando, silla volando por los aires, el armario no cede… -¡MIERDA! ¡PUTO ARMARIO! Noto manos
alrededor de mi cuerpo, no puedo moverme. -¡Dejadme
hijas de puta! ¡Que tengo grapas! ¡Dejadme!-. Veo a una de las mujeres con
algo en la mano-. ¡No! – Grito aterrorizada.
-¿Qué haces? No me pinches… Perdón,
perdón, perdón…Por favor, por favor, por favor…
El forcejeo
entre las enfermeras y yo parece durar una eternidad. No sé cómo lo logré, teniendo
en cuenta mi lesión, pero entre mis turbios recuerdos del bochornoso evento
encuentro batas desgarradas a tirones. La particular y triste lucha termina
cuando noto la tercera agua de la noche en mi carne. Me rindo y me siento en el suelo con un
trozo de tela azul en la mano. Lloro como una niña pequeña que se ha perdido en
un supermercado: incrédula, asustada, sola. .-¡Mamá!
¡Dónde estás, mami! No puede ser… no puede ser… No me dejes aquí, mamá. Ven a
por mí, por favor.-
Cuando me despierto, estoy tumbada boca arriba en una
camilla. El techo es azul claro. Me duele la cabeza, noto que mis ojos han
estado cerrados bastante tiempo y mis tobillos se sienten pesados. Levanto la
cabeza con esfuerzo. Todo me da vueltas. No me puedo creer lo que veo: me han
atado.
...